La familia de la joven reflexiona sobre el recorrido que termina y vuelve a empezar con una casa para organizarse contra las violencias y transformar el dolor colectivo en acciones. El recuerdo del juicio de la impunidad, lo que les da fuerzas para seguir, lo que aprendieron en el camino y lo que tienen para enseñarnos para enfrentar el abismo: la importancia de ser buenas personas. 

Los atrapasueños están en la pared de uno de los ambientes de esa enorme casa que hace dos meses era un basural y hoy está invadida por la vida.  

Dicen que los atrapasueños son una tecnología un tanto chamánica que permite cuidar justamente los sueños, las visiones buenas y luminosas, o tal vez los deseos y los proyectos. Y al revés, atrapan entre sus hilos a esos sueños horribles que se agitan algunas noches, que luego se esfuman en contacto con la luz del día. Son amuletos circulares como el mundo y como el tiempo, cruzados por un tejido en red. 

A Lucía Pérez le gustaba hacer atrapasueños. Tenía 16 años, nació el 14 de febrero de 2000. Era alumna de 5º año de la Escuela Nº 3 de Mar del Plata, hacía un curso en la empresa telefónica como salida laboral. Sus atrapasueños están en esta pared, tal vez demasiado bellos y delicados como para atrapar  las pesadillas densas de estos tiempos.    

La gente sube y baja escaleras. Hay exclamaciones y silencios, personas que miran los techos, que se asoman por las puertas abiertas a cada ambiente. Hay abrazos conmovidos poblando ese lugar transformado en una especie de atrapasueños de tres plantas. Hecho de ladrillos y lágrimas, de madera y de insomnios, de voluntad y de justicia: La Casa de Lucía. 

Lo narco vs. los pupitres

La casa queda en la calle Alvarado 4579, Mar del Plata, Argentina, Sudamérica, planeta Tierra. Fue entregada a la familia por el gobierno de Alberto Fernández a través de la AABE (Agencia de Administración de Bienes del Estado) para dedicarla a trabajar con mujeres víctimas de violencia, y con familias víctimas de femicidios. Como una carambola de justicia, había sido confiscada en causas judiciales relacionadas con el narcotráfico. 

El día de la inauguración a fines de noviembre Guillermo Pérez –el padre de Lucía– se quedó mirando absorto unos pupitres escolares que había enviado el cura Héctor Chobi Díaz. Los pupitres estaban siendo acomodados por la gente de la Campaña Somos Lucía en el patio de la casa y por los familiares de víctimas del barco pesquero El Repunte, que acompañan cada acción. Guillermo, mecánico y chapista, le habló a su esposa y madre de Lucía, la enfermera Marta Montero:

–Esto es emblemático. Acá hay un mensaje. Acá empezó todo –dijo señalando los pupitres como símbolo de la escuela pública a la que iba Lucía cuando fue captada como tantas otras adolescentes por narcos que vendían lo suyo a la salida de las clases. En su caso, el negocio terminó en femicidio en octubre de 2016.    

–Y acá puede continuar todo ahora. A esto vamos con lo que estamos haciendo– agregó Guillermo, porque La Casa de Lucía es un lugar instalado para capacitaciones y talleres. Para compartir ideas, acciones y la contención de las víctimas. Para tejer estrategias de vida frente a la pesadilla de la violencia contra las mujeres en la ciudad, y la soledad que suele acompañarla desde hace demasiado tiempo. 

Qué hacer ante el abismo 

Así como había un mensaje en los pupitres, ¿cómo leer hoy las enseñanzas de estos años tan intensos y tan insólitos que la memoria no alcanza a atrapar entre sus redes? ¿Qué nos dicen sobre el presente? 

Me tocó hacerles para MU una de las primeras entrevistas que concedieron días después del crimen, una tarde negra en la meteorología ambiental y en la del alma. Había custodia policial en la puerta por las amenazas que recibían si seguían adelante. Gema, la ovejera negra que le habían regalado a Lucía a los 15 años, andaba nerviosa y confundida, buscándola por toda la casa. Y mirándonos. En la cocina Guillermo tomaba mate, y definió de modo imborrable un diagnóstico: “No puedo entender qué son las personas que le hicieron esto a mi hija. No son locos. Son otra cosa: son gente oscura”. 

Demacrada, incrédula todavía ante el abismo en el que estaba, Marta insinuó una pista sobre cómo seguir: “Las personas que se están moviendo en las marchas, que vienen, te saludan, te dan un beso, un abrazo… eso te da ganas de vivir. Uno se tiraría en la cama para no levantarse más. Pero yo sé que Lucía se enojaría si nos viera así”. 

El caso provocó el Primer Paro Nacional de Mujeres en octubre de 2016. En 2018 fue llevado a un juicio que condenó a Matías Farías (23) y Juan Pablo Offidani (41, hijo de un importante escribano marplatense) a 8 años de prisión por “tenencia de estupefacientes con fines de comercialización agravado por ser en perjuicio de menores de edad y en inmediaciones de un establecimiento educativo”. El tercer imputado, Eduardo Maciel (60), acompañante terapéutico de Offidani acusado de lavar el cuerpo y acompañar todo el episodio, fue absuelto, y murió dos años después.  

Pero además los jueces Facundo Gómez Urso, Pablo Viñas y Aldo Carnevale los absolvieron por el delito de femicidio. Una frase de aquella sentencia planteaba que Lucía “no era una persona sumisa y no estaría con nadie sin su consentimiento”.

Cuenta hoy Marta: “Ese juicio fue vergonzoso. Por machista, por la falta de respeto. Nos revisaban palpándonos cada vez que entrábamos a la sala como si fuésemos delincuentes, y era muy feo ver lo que pasaba en las audiencias, verlos a ellos riéndose”.

¿A los acusados?

-Marta: No, a los jueces. Gómez Urso lo miraba socarronamente a mi hijo Matías (21 años en ese momento), como provocándolo. Era todo muy raro. 

¿Y cómo reaccionaban ustedes? 

-Marta: No sabíamos qué hacer. Un día estaban mostrando la autopsia. Se ve que yo lloraba sin llorar, se me caían las lágrimas sin darme cuenta. Entonces Viñas me preguntó si me sentía mal, si quería un vaso de agua. Le dije que no. Me seguían cayendo las lágrimas. Me dijo que saliera si me sentía mal. Le contesté: “No. Voy a escuchar y ver todo, por más duro que sea”. Y entonces me dijo: “No hable más”. Fue muy violento. Era lo que querían, que nosotros estuviésemos mudos, viendo cómo se reían con los peritos en la autopsia, y cómo trataban de mostrar que los culpables no eran Farías y Offidani sino la propia Lucía. 

¿Y la sentencia?  

-Marta: Cuando la leyeron pensé: “Se les olvidó una parte, los acusan por las drogas pero no por el abuso, por la muerte. ¿O yo entendí mal?”. Mientras tanto Farías lo insultaba a mi hijo. “La …de tu hermana” le dijo, ¿me entendés? Pero en ningún momento me sentí alterada, desbordada. Sentía paciencia, tranquilidad y cuando salí con toda la gente que estaba abajo y no lo podía creer, hablé totalmente convencida: “Esto acá no se terminó. Iremos por otro camino, pero va a haber justicia”. No tenía ni la menor idea de cuál era ese camino, qué hacer. Pero estaba absolutamente segura. 

¿Por qué?  

-Marta: Porque fue como pensar: no pueden ser estas atrocidades y aberraciones de la justicia. Nunca me voy a dar por vencida porque esos jueces digan eso. Nunca les voy a creer porque mienten. Decían que Lucía había consentido. ¿Qué había consentido? ¿Que la violaran y la mataran? ¿Su muerte era de regalo?

Tanta razón tenía Marta que la familia logró que la Sala Cuarta del Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires revisara y anulara el fallo machista y misógino calificándolo de “subjetivo y tendencioso, prejuicioso, parcial y discriminatorio; tanto las descripciones que se hacen de la víctima, como del comportamiento de Farías, demuestran un doble parámetro en la valoración de las conductas de ambos: hay una consideración diferenciada de la conducta de acuerdo al sexo. Pone énfasis en la conducta sexual de la víctima (prácticamente se la responsabiliza por lo que pasó), se enfoca principalmente en su personalidad, su forma de relacionarse con los hombres, su vida social, su vida sexual anterior, su fuerte carácter, y todo ello es valorado negativamente”.

En otro tramo de la anulación, el tribunal formado por los jueces Mario Eduardo Kohan, Carlos Ángel Natiello y Fernando Luis María Mancini planteó que el fallo contenía “intolerables prejuicios” y “suposiciones basadas en estereotipos de género”, y se vio obligado a explicar lo obvio: “No olvidemos que en esta instancia no se está juzgando a la víctima (como pareciera estar ocurriendo) sino a los eventuales victimarios”. El juicio debía volver a hacerse, mientras la movilización generada por la familia logró otra hazaña: que se iniciara un jury (juicio político) en la Legislatura Bonaerense contra los jueces del anterior tribunal por “negligencia, incumplimiento del cargo y parcialidad manifiesta”. Zafó Carnevale, que se había jubilado. El jury sigue pendiente. 

¿Cómo fue que se repusieron en aquel momento para seguir adelante?

Guillermo: No soy partidario de tirarme en la cama y dejar que las cosas pasen. Quería y quiero otra cosa: que mi hija tenga su justicia.  Más allá de que no vuelve: en esto somos los perdedores– reconoce Guillermo. 

Marta: Pensé que no teníamos mucha opción. O reventábamos y nos hundíamos, o salíamos a la vida.    

¿Feminismo?

Marta no puede creer que haya gente que se sienta el ombligo del mundo. Por eso cada paso que dieron fue colectivo. Crearon no solo la Campaña Somos Lucía  sino también Familiares de Víctimas de Femicidios y Travesticidios, que congregó decenas de familias que durante más de 30 meses se reunieron en Plaza de Mayo dejando cartas solicitando que el gobierno nacional las recibiera, hasta que lograron una audiencia con Alberto Fernández, entre otros múltiples reclamos, acciones, exposiciones y marchas. 

Un salto en la historia nos lleva al nuevo juicio, realizado en febrero de este año ante el Tribunal Oral Federal 2 de Mar del Plata formado por los jueces Roberto Falcone, Alexis Semaz, y Gustavo Fissore. La abogada de Farías fue la defensora oficial María Laura Solari, que tuvo libertad para plantear todas las preguntas sobre la adolescente que habían provocado la anulación del primer juicio. 

El hijo del escribano Offidani contó con la defensa contratada de César Sivo quien había tenido un rol como abogado en causas de delitos de lesa humanidad e incluso integraba la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Mar del Plata, pero en los últimos tiempos había mutado hacia la defensa de casos relacionados con el narcotráfico. Guillermo revela: “Antes del primer juicio, Sivo estuvo en casa porque habíamos pensado que podía ser nuestro abogado. Marta también había ingresado a la APDH y se conocían, pero finalmente elegimos a otro abogado”. 

Sivo superó con creces las intervenciones de la doctora Solari. La mirada de Guillermo: “Yo creo que los derechos humanos se llevan adentro. Son cosas muy delicadas, las tenés que sentir en serio. Por ahí le resultaba más rentable otra cosa. Creo que es del tipo de abogado que ensucia a la víctima para sacar a un delincuente, un asesino, o un narcotraficante, ese tipo de personas. Será su trabajo, pero no nos pareció bien”. Sivo fue expulsado de la APDH. 

Días antes de la sentencia se conoció un artículo virtual de dos antropólogas, en línea con un pronunciamiento de un sector minoritario, oficialista y supuestamente académico del feminismo que resumía sus críticas al juicio con una idea: “El feminismo no es punitivismo”. Discutían incluso el reclamo de prisión perpetua para los acusados, como si exigir justicia para las mujeres asesinadas en manos de narcos que vendían droga a la salida de las escuelas fuese un exceso punitivista. Llamativamente, el único caso que originó la movida fue uno en el que podía haber condena inminente, pero jamás se pronunciaron de ese modo en un país que se registra casi un femicidio por día.  

Explica Marta: “Fue todo un disparate orquestado por la defensa para lograr la impunidad. Mandaron eso a los medios, para que no hubiera condena. Inventan, mienten”. El día de  la sentencia Marta había dicho: “Ahora esta gente, estas feministas, estas antropólogas que dicen ser, académicas… Claro, nosotras somos las brutas, las de la calle. Pero no somos ningunas ignorantes, ni van a venir a vendernos pescado podrido como esta gente quiso hacerlo. La palabra fake news es eso: armar un discurso, venderlo, que la gente compre ese discurso, y que crea que a Lucía no le pasó nada. Que fue ella con su consentimiento y les dijo ‘cójanme hasta matarme’. Eso nos quisieron hacer creer esas mujeres. Eso es una perversión”. Guillermo: “La gente que traiciona sus ideales, yo calculo que es porque nunca tuvieron esos ideales”. 

El fallo condenó a Offidani como partícipe secundario del crimen, con una pena que llegó a los 15 años y agregó: “Se resuelve condenar a Matías Gabriel Farías por ser autor penalmente responsable de los delitos de abuso sexual con acceso carnal agravado, con el suministro de estupefacientes y por resultar la muerte de la persona ofendida en concurso ideal con femicidio (…) del  que resultó víctima Lucía Pérez Montero, e imponerle la pena de prisión perpetua, accesorias legales y costas del proceso”. Guillermo no olvida: “Tuvimos un fiscal (Leandro Arévalo) que defendió a Lucía, que fue a buscar la verdad”.  

Marisa y Susana, madres de Luna Ortiz y Cecilia Basaldúa, fueron hasta una reunión de la agrupación porteña Ni Una Menos y plantearon en nombre de Familiares de Víctimas de Femicidios y Travesticidios: “No las conocemos. No las vimos nunca ni en Palpalá, ni en Villa Ballester, ni en Marcos Paz, ni en Olivos, ni en Mar del Plata, ni en Miramar, ni en Puerto Iguazú, ni en Berabevú, ni en Pehuajó, ni en Huacalera, ni en Cipolletti, ni en Lomas de Zamora, ni en San Martín, ni en Moreno, ni en San Clemente, ni en Capilla del Monte, ni siquiera las vimos acá nomás, acompañando a la familia de Carla Soggiu en el borde sur de esta ciudad. Tuvimos entonces que tomarnos dos colectivos y llegar hasta acá para verles las caras y decirles mirándolas a los ojos: no se metan con nuestras hijas, no se metan con nuestras luchas. Hablen de las suyas”. 

Y algo más: “No vamos a permitirles que sigan despreciando nuestra lucha. Ni que usen los crímenes de nuestras hijas para obtener vaya a saber qué: ni nos importa. (…) Hablen de ustedes: de lo que tienen que hacer para ganarse un reconocimiento, un peso, un lugar en la radio. De todo el abuso y la violencia que las rodea en la academia, en los medios y en los espacios en donde se pavonean. O hablen de la policía, de los intendentes, de los fiscales y del servicio penitenciario, todos implicados en la impunidad de los femicidios de nuestras hijas. Temas para opinar les sobran. Pero nuestras hijas ni son un tema ni quieren su opinión. Déjenlas en paz, y a nosotras no nos hagan perder más tiempo en sus pavadas: tenemos que luchar para que, en nuestros barrios, en nuestras provincias y en este país matar pibas no sea un tema opinable”.

Teoría del shopping

Marta y Guillermo piensan qué transmitir sobre lo que aprendieron, frente a las crisis y conflictos de la actualidad: “Yo no me programo, ni tengo expectativas. No podemos volver el tiempo atrás, entonces tenemos que avanzar juntas todas las familias”. Sigue trabajando en el hospital. Guillermo fue despedido del taller en el que había trabajado 28 años por las ausencias provocadas por los laberintos judiciales. Ya encontró otro taller para seguir adelante. “Hasta hubo amigos que dejé de ver. Uno me dijo: ‘¿para qué vas a las marchas, no ves que no sirven para nada?’. No nos peleamos, pero nos distanciamos. Creo que mucha gente piensa equivocadamente, no ve que tenemos que hacer algo para que no siga pasando esto”. 

Marta: “Lo importante es trabajar en comunidad. Tratar de hacer el bien, porque el mal ya lo conocemos. Nadie te prepara para esto, entonces nosotros queremos que las víctimas podamos reunirnos, charlar, hace cosas juntas, seguir haciéndonos fuertes”. Ya anduvieron por la Casa de Lucía no solo las familias víctimas de violencia y las de El Repunte, ayudando a acondicionarla, sino de la Asamblea por un mar libre de petroleras, pueblos originarios, y el padre Chobi, que no es de los curas que se quedan a Dios rogando.  

Otra estrategia ante tiempos difíciles como los que parecen avecinarse: “Saber que acá no se terminó todo. No quedarte llorando en un rincón porque si te autoflagelás tu mente te va a llevar a esa oscuridad. Hay que prepararse estudiando, en la calle, con amigos, en todas partes. No aislarse, no ir a la soledad. Somos seres que nos necesitamos entre todos y así vamos a poder enfrentar los ciclos de la vida. Y sobre todo hay que hacer, hacer, no quedarse sentados”.

Guillermo: “Aprendí que hay que serenarse y tener templanza aunque estemos recalientes. Con todo lo que nos hicieron en contra, nos dieron más fuerza”. Marta: “Lo que hacés en grupo te alimenta la espiritualidad. Saber que en cada gesto, por chiquito que sea, puede haber amor y fuerza. Qué sé yo: hay que tratar de ser buena gente. Y no resignarse. Eso nos va a salvar. Son las cosas que están en el alma, en el amor, en lo que hacemos con los demás. Son las cosas que te mejoran como persona, y las podés hacer: no se pueden comprar en un shopping”.