La violencia contra las mapuche: la estatal, política, y la de los varones. El lonko expulsado. El Estado que mató y sojuzgó a las mujeres a lo largo de la historia. Los nuevos modos de entender la justicia. Las mapuche detenidas en Bariloche recibieron a MU para profundizar estos temas. El maltrato en prisión contra la que estaba embarazada, frente a las reflexiones y miradas para la construcción de una humanidad mejor. Por Francisco Pandolfi
Hay violencias más y menos visibles. Represiones más o menos ruidosas. Están las que necesitan de balas; otras, se sustentan en el estigma, en el silenciamiento, en el negacionismo. O en todo ese cóctel unido, entrelazado por el paso del tiempo: dos meses del último despojo despiadado a la comunidad Lafken Winkul Mapu, en Bariloche; 127 años del final de la mal llamada Campaña del Desierto; 530 octubres del inicio del genocidio más grande de la historia. Una conexión latente.
Las mujeres mapuche pueden dar cátedra de ese horror que subsiste y subyace en sus cuerpos, en sus territorios, en sus ancestros. Un terror que habla en pasado y en presente continuo, porque el uso del gerundio acá sí que tiene lógica, igual que la repetición del verbo “seguir”: las siguen desalojando; las siguen persiguiendo; las siguen violando; las siguen haciendo parir en cautiverio; las siguen torturando; las siguen…
Celeste Ardaiz Guenumil es actriz, pero no puede actuar arriba de ningún escenario. Lo tiene prohibido, como cualquier acción que no sea dentro del Centro Mapuche Bariloche, donde continúa en prisión domiciliaria junto a Romina Rosas, Luciana Jaramillo y Betiana Colhuan Nahuel, luego de que el 4 de octubre pasado más de 200 efectivos del Comando Unificado, creado por el Ministerio de Seguridad de la Nación, ejecutaran la orden de allanamiento de la jueza subrogante Silvana Domínguez, del Juzgado Federal de Bariloche.
Celeste tiene 30 años y tres hijas. La menor está cumpliendo 3 meses de vida en este día mitad nublado y mitad soleado en que habla con MU: “La violencia sistemática desde la llegada del colonizador a estas tierras nunca ha parado. La persecución, los fusilamientos y no solamente hablamos desde lo territorial, de nuestra lengua, la salud, la educación; también nuestra filosofía de vida, la espiritualidad, toda una cosmovisión, una cultura afectada. Perduran los atropellos del blanco, un Estado de Derecho que viola inclusive sus propias leyes, todos los derechos humanos, los de la niñez y los de nosotras, las mujeres”.
Luego de darle la teta a Lienkura (piedra de plata, en mapuzugun), agrega: “Lo único que siempre hay para nosotras es represión, maltrato, discriminación y más cuando se trata de mujeres. Una violencia permanente y psicológica. Estructuralmente no ha cambiado nada desde hace 500 años y queda de manifiesto en que estamos viviendo en carne propia lo que ha sufrido nuestra gente en los campos de concentración. Lo único que faltó esta vez es que nos llevaran a los museos y nos exhibieran”.
La división sexual
Hay una historia en la que es necesario sumergirse para intentar comprender la hostilidad actual en la Patagonia; desmenuzarla, para pensar el presente más allá del desalojo a la comunidad y la posterior detención a las lamien (mujeres). Melisa Cabrapan Duarte es kona del Lof Newen Mapu e integrante de la Confederación Mapuche de Neuquén. Tiene 34 años y es antropóloga. Desde su comunidad, emplazada dentro de la formación de Vaca Muerta, charla con MU.
–¿Qué formas tiene la violencia de género dirigida hacia la mujer mapuche?
–Pienso que ante todo, hay una desigualdad histórica, estructural. Una desigualdad en términos de género, entendido el género como la relación de poder, la relación política donde las mujeres han estado subordinadas con algunas meras excepciones culturales. Es importante ver ese continuum, porque hay memorias de que antes de que el territorio mapuche se colonizara, esas relaciones de género eran distintas, había más igualdad. El Estado argentino, con sus campañas militares mal llamadas Campaña del Desierto, impuso un sistema económico que es el capitalismo, la proletarización de nuestra gente y acentuó la división sexual del trabajo. A partir de esa reestructuración, las mujeres perdieron los derechos que tenían y fueron a quienes más se desvinculó de los territorios; las víctimas de los principales despojos, ya que en esa división fueron casi exclusivamente sometidas a los trabajos que hoy llamamos de cuidado. Se trataba de un servicio doméstico en situaciones esclavizantes, con muchísimos abusos laborales y sexuales. Esto es reciente, o sea, se potenció a mediados del siglo XX.
–¿Y hoy?
–Está latente, no quedó sólo en un proceso inicial de despojo. Estas trayectorias que se repiten, estos movimientos que contienen nuestras historias de vida, unifican al colectivo de mujeres mapuche. No es casual que siempre terminemos siendo sometidas a las mayores opresiones, que son palpables. Hoy articulamos con las demandas de los feminismos en distintas medidas no sólo por reclamar una mayor igualdad y por reconocernos en nuestras diversidades, sino también para señalar que lo más profundo de esa desigualdad que nos atravesó al pueblo mapuche es el silenciamiento. Silenciamiento de identidad, del origen, de los saberes, de la lengua. Se fue callando por el racismo, crucial en este análisis. Siempre nos marcaban como la india, la india que sirve, la india objeto sexual, la india que no sabe, la india que no es blanca. Por eso es tan importante lo que está pasando desde hace algunos años: el autoreconocerse nuevamente, el resurgir en la identidad mapuche y desde ahí, reafirmarnos.
La justicia de las mujeres
–¿Qué violencias cotidianas se sufren?
–Acá hay que dividir las violencias internas y las que tiene responsabilidad directa el Estado. Aunque no sé si dividirlas, porque se corresponden. En cuanto a las internas, es muy desestructurante denunciar las violencias sexuales al interior de los entornos comunitarios, incluso las perpetradas por los propios varones mapuche contra las mujeres y las infancias. Malas prácticas acontecidas en el último siglo, que no se han naturalizado, pero sí replicado, porque cuando una lamien habla, brotan muchísimos otros relatos. Esto se está dando muy fuerte. He escuchado e incluso leído hasta noticias periodísticas que justifican esa violencia perpetrada por los varones, por todo lo que hizo el genocidio, el alcoholismo, el empobrecimiento… Nosotras bien sabemos desde nuestros cuerpos lo que pasó, sin embargo no tenemos esas prácticas, cuando el genocidio nos atravesó de la misma forma. Hoy estamos firmes en buscar maneras de reparar eso y que se asuman responsabilidades, incluso aunque parezca que eso puede desestabilizar la organización comunitaria. Y no, después finalmente vemos que denunciar las violencias de género, sexuales produce un fortalecimiento político por parte de las mujeres, pero también de muchos hombres que asumen que así debe ser.
–Hablaste de reparar esos abusos. ¿De qué forma?
–Tratar no solo temas de violencia, sino trabajar en el compartir, en el hacer nuestras vestimentas, en levantar los rewes (altares), en fomentar el intercambio, la búsqueda de formas sanadoras, porque ahora está cambiando pero históricamente en los entornos mapuche ha predominado la voz de los varones, y ni hablar si las autoridades son hombres. Además buscamos implementar y recuperar la propia justicia mapuche (sistema del Nor Feleal). Esto lo abordamos colectivamente, porque nosotras podemos discutir, o formarnos en las distintas violencias, pero hay que trabajar fuertemente con ellos, que deben hacer su propio proceso. Y acá veo un gran avance a diferencia de lo que venía sucediendo. Un ejemplo es lo que pasó en Lof Quintriqueo, que el año pasado echó a su lonko (máxima autoridad), a partir de denuncias de mujeres adultas, abusadas cuando eran niñas. Esas denuncias se hicieron ante la Justicia, pero luego prescribieron; entonces la comunidad tomó la decisión de expulsarlo del territorio. O sea, no lo resolvió la justicia winca (blanca), porque es machista. Sí lo hizo la justicia mapuche. También se conformó un nuevo Nor Feleal, cuyo círculo de autoridades se compuso mayoritariamente por mujeres, cuando en general eran más varones. Este caso nos marcó el rumbo de cómo se puede transformar esa realidad tan dañada, porque no existe un Kvme Felen (Vivir Bien) si hay violencia. Sería totalmente contradictorio e hipócrita.
–¿Qué pasa con las otras violencias?
–Tienen que ver con las responsabilidades del Estado, con sus reconocimientos o su aplicación de leyes; en realidad, su no aplicación. Esto es transversal a todos los territorios, tanto los que se resguardan como los que se recuperan. Nos une la vulnerabilidad territorial, porque la jurisprudencia que hay no es una garantía suficiente para protegernos. ¿Por qué? Por los intereses económicos que son enormes, con unas maquinarias de poder, unos despliegues, un uso de las Fuerzas Armadas impresionante, hace que vivamos en la incertidumbre, sin saber si mañana permaneceremos en la comunidad. Además, están los daños del extractivismo, del ambiente, la contaminación como afectación cotidiana; y la falta de lo básico, como el agua, así como la falta de la tranquilidad, porque acá (Vaca Muerta), por ejemplo, tenemos el fracking que está generando sismos, movimientos de la tierra; se están partiendo las rukas (casas) de la gente. Las comunidades habitamos y defendemos estos territorios sumamente lastimados, en medio de grandes pujas de intereses.
Romina y la violencia a punto de parir
Esta fecha reciente quedará marcada a fuego de balas, por haber significado el desalojo de la comunidad Lafken (lago) Winkul (montaña) Mapu (tierra), por parte del Comando Unificado creado por el actual ministro de Seguridad de la Nación, Aníbal Fernández, e integrado por la Policía Federal, la Gendarmería, la Prefectura y la Policía de Seguridad Aeroportuaria. Todo el aparato represivo del Estado a disposición. Siete lamien fueron detenidas: además de las cuatro que permanecen en prisión domiciliaria, procesadas por el delito de “usurpación por despojo”, tres fueron sobreseídas: Andrea Despó Cañuqueo, Débora Vera y Florencia Melo.
Desde el Centro Mapuche Bariloche donde están detenidas, emplazado al lado de una escuela de formación policial, Débora expresa: “Como mujer mapuche, directamente el Estado no nos reconoce, porque por más que existan derechos indígenas dentro del Estado argentino, no los aplican. Esto quedó demostrado desde el momento de la detención y hoy continúa. A las que son mamás, las separaron de sus hijos e hijas sin ninguna explicación; sufrimos traslados compulsivos, requisas y desnudos innecesarios; no se respetó que haya únicamente personal femenino; y sufrimos todo tipo de torturas”. Tiene un pañuelo multicolor que le abraza la cabeza y una voz firme que muestra seguridad en la adversidad: “Nos han despojado del territorio donde se levantó un rewe, una Machi, que es nuestra autoridad espiritual. Con esto queda bien claro la falta de reconocimiento a nuestra cosmovisión”.
La Machi, guía espiritual y sanadora del pueblo mapuche que hace cinco años se levantó en la lof Lafken Winkul Mapu, es Betiana Colhuan Nahuel. Desde su rewe atendía a sus pacientes; ahora, es una de las presas políticas. Con voz tenue, explica la importancia de revertir el avasallamiento: “Debemos volver al rewe porque es nuestro sitio para encontrarnos, reconocernos y recibir la fuerza de los antepasados. Mucha gente nos ataca y discrimina por buscar nuestra propia esencia mapuche. Son personas que están vacías espiritualmente, sin identidad. Nosotras queremos un bienestar propio y comunitario, general, y para esto creemos fundamental el automirarse”.
El rewe fue levantado en 2017, cuando la comunidad se asentó en el territorio. En medio de esa recuperación, el 25 de noviembre fue asesinado Rafael Nahuel, por la Agrupación Albatros de la Prefectura Naval, comandada por la ex ministra de Seguridad Patricia Bullrich. “Me parece mejor hablar de represión y no de violencia, porque el Estado reprime con sus brazos armados. El 4 de octubre fue a través del Comando Unificado, pero esto viene desde que se creó el Estado argentino”, asegura Débora.
Las mujeres presas están junto a sus nueve hijas e hijos. A las tres de Celeste se le suman dos de Luciana, Romina y Betiana. Recuerda Romina, con Lluko (agua limpia) ya en sus brazos: “El 4 de octubre estaba de 40 semanas de embarazo y no les importó. Con la terrible panza, me arrastraron una cuadra. Como no me podían entrar a la camioneta, me golpearon con la puerta. En el hospital también sufrí mucha violencia obstétrica. Me filmaban las 24 horas, me despertaban y requisaban a la madrugada. Todo fue maltrato”.
Añade Celeste: “Para nosotras como madres, y para nuestros pichikeche (infancias) es terrorífico lo que estamos viviendo. ¿Cuánto hemos retrocedido, no? Es tremendo el odio, el fascismo, la violencia que ejerce este Estado racista y que se deposita sobre nuestros niños. Cómo se explica que les hayan puesto armas en la cabeza, que hayan tenido que correr por el monte esquivando las balaceras, que tengan que vivir algo similar a la Campaña del Desierto. Es muy doloroso”.
Luciana la escucha y completa enlazando el ayer y el hoy: “La violencia que hoy sufrimos llegó con la colonización; de hecho, violencia es una palabra foránea para nosotros, algo que llegó con el winka, con las invasiones, con la imposición de una religión, una identidad y a medida que el winka fue avanzando con su estrategia de aniquilamiento imponiendo su modelo de explotación y extractivismo, generó múltiples formas de opresión. Así fuimos reducidos a la servidumbre. La mano de obra barata del winka son nuestras lamien que limpian las casas y crían a sus hijos; y los wentru (varones) quienes construyen sus casas, aunque después nos dicen vagos. En nuestra cultura como género no nos sentimos inferiores, eso lo hace sentir la cultura winka, con la violencia estatal y toda la injusticia social”.
El armar del amor
Desde las distintas comunidades, así como desde la ruka donde las lamien están presas, se hace hincapié en que no sólo se muestre la vulneración de derechos, de territorios, de cuerpos. Se insta a que se cuenten las resistencias, la organización para enfrentar y revertir los atropellos. “No queremos quedar como víctimas; esto que nos pasa es parte de la lucha que les tocó vivir a nuestros abuelos, y lo tenemos que asumir”, argumenta Celeste. “No todo es avasallamiento y dolor, hay muchos resurgires en nuestra resistencia, es importante que no se pierda eso”, menciona Melisa. En este sentido, también tienen mucho que decir.
Celeste: “No es casual que el winka nuevamente ataque a nuestra espiritualidad. Ellos ya saben la fuerza que hay en la tierra, en el agua, en los pueblos originarios. No quieren que la gente tome conciencia, que vea la vida de otra manera, sin tanto consumo. Como mujeres hemos elegido luchar y no ser esclavas de este Estado que nos oprime, para cambiar las cosas, para que empiece a haber más amor hacia la naturaleza, hacia las personas”.
Melisa: “Pese a lo difícil que es luchar contra el racismo existente, la disputa es posible porque seguimos construyendo espacios de propuestas, de disfrute, de encuentro, de recuperación, de reafirmación del soñar y de saber que cada día somos más quienes nos reconocemos y nos autoescribimos como mapuche. Hay muchos resurgires, porque hay un pueblo vivo, con ganas y alegría. Esta es la luz que tenemos, una resistencia al racismo hostil desde lo cotidiano, con nuevas alianzas, con luchas que nos movilizan a las mujeres y que nos hacen parte de este gran movimiento por un mundo más justo, valga la frase trillada”.
–En estos resurgires que planteás, ¿cuáles son los roles de la mujer?
–Algunos más visibles, como determinados quehaceres tradicionales como el trabajo en los tejidos, en las cerámicas, pero también la lengua misma. En todos los procesos de revitalización lingüística siempre la preocupación ha pasado por las mujeres. Esos trabajos me parecen tan sutiles, tan del día a día y tan importantes para fortalecer el ser mapuche… Y también las mujeres ocupan el rol de impulsar y orientar el reencariñamiento, el poder retornar y recuperar nuestra identidad desde un lugar más amoroso. Esto no quiere decir que a veces lo que nos hace recuperar la identidad nace de la bronca. Son otras vías, distintas y necesarias, y no lo digo por idealizarlas, sino para resaltar la importancia del propio cuidado, de la atención, porque sólo así construiremos una mejor humanidad.